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Queridos amigos de ANGED, miembros de la Junta Directiva, profesionales del sector, representantes públicos y periodistas. Estamos muy felices de vuestra presencia en esta Asamblea.
En especial a nuestros invitados de hoy, Géraldine Fages, Susana del Río, Jaume Duch, Pablo R. Suanzes y Charles Powell, quiero dar las gracias por el extraordinario análisis que han realizado sobre el contexto geopolítico y los desafíos económicos comunes que afrontamos en la Unión Europea.
Por supuesto, doy una cálida bienvenida a Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, que me acompaña un año más en esta Asamblea. Quiero recordar que los últimos años han sido muy difíciles, por una sucesión de crisis y sobresaltos que nos han afectado a todos. En este periodo la CEOE ha mantenido una posición firme en la defensa del interés general y una disposición al acuerdo ejemplar y fructífera. Por eso creo que es importante reconocer esta labor de la CEOE y su presidente, como representantes de todos los empresarios.
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En estos días se decide quien nos gobernará. Solo puedo decir que espero lo mejor para España.
Estamos instalados en un confuso debate político desde hace unos años. Una acumulación de disputas, pulsiones de la confrontación partidista y crisis encadenadas ocupan todo el espacio del debate público.
Esta dinámica ha monopolizado casi en exclusiva la acción de Gobierno y ha relegado el análisis del sistema productivo español y las medidas para hacerlo más eficiente y competitivo.
Muchas veces parece que las empresas han quedado reducidas a un conjunto de sujetos pasivos cuya única función es pagar impuestos y cuotas sociales para financiar los Presupuestos. Los beneficios empresariales son seriamente cuestionados, olvidando que, sin ellos no es posible la inversión. En consecuencia, sin inversión privada sería imposible que el Estado pudiera emplear a los casi 17 millones de españoles contratados por las empresas, el 83% de la ocupación en nuestro país.
Esta confusión produce además fuertes tensiones para la convivencia social y la salud de la economía, entre ellas:
- Un cuestionamiento de las instituciones, pilar de nuestro Estado de Derecho.
- Una degradación de la política, como herramienta para buscar soluciones.
- Una desconfianza de los agentes económicos, ante la falta de estabilidad.
- Una pérdida de la reputación internacional de España, construida durante décadas.
El resultado más evidente de esta interminable batalla política y del olvido de la competitividad de las empresas es una parálisis de reformas y un empobrecimiento de nuestra economía. Hemos pasado de rozar el sueño de la convergencia en renta per cápita con la media europea a una preocupante decadencia.
Según datos de Eurostat, 18 países de la Unión Europea superan ya la renta per cápita de los españoles, que se sitúa a casi 20 puntos de la media. A los que ya estaban por encima de España, se han incorporado con fuerza recientemente otros como Estonia, Eslovenia, Lituania, Chipre o República Checa. Mientras Polonia se aproxima a gran velocidad.
Sin desmerecer el progreso de todos estos países, la causa de estos datos es que en España nos hemos olvidado de uno de nuestros principales problemas estructurales: la baja productividad, que se traduce en un menor crecimiento de las empresas y en un freno para la inversión y el empleo. Según Eurostat, desde 2009 la productividad en España ha avanzado 10 puntos menos que la media europea. En particular, desde 2019 hemos perdido 3,8 puntos de productividad, abriendo una brecha de 5 puntos con los socios de la UE.
Sólo mejorando la productividad de las empresas podemos garantizar un crecimiento sano de nuestra economía a largo plazo, capaz de proveer mejores empleos y proporcionar el máximo nivel de bienestar a sus ciudadanos. No podemos marginar a los empresarios porque son la base sobre la que se construye la riqueza de un país, el pilar para sostener la inversión y los servicios públicos.
Creo que hay razones suficientes para construirun amplio consenso sobre las reformas que permitan aumentar la productividad y retomar la senda de convergencia con Europa. En este sentido, permítanme sugerir algunas áreas donde sería imprescindible actuar:
- Menos y mejor regulación. En su último informe del Semestre Europeo, la Comisión Europea ha señalado que uno de los factores principales que explica la baja productividad en España es la fragmentación del mercado y el exceso de regulación.
Bruselas advierte también de que un 60% de las empresas en España considera el marco regulatorio “un obstáculo importante para su inversión a largo plazo”, el doble que la media europea. En esta línea, el Banco de España calcula que por cada 10% de nueva regulación, el empleo en el sector privado cae un 0,5%.
Estamos por tanto ante un problema estructural que afecta a la seguridad jurídica, la confianza y el crecimiento de las empresas. Por eso, es imprescindible abordar una profunda revisión de la normativa, para reducir los costes y favorecer la libertad de empresa.
- Un mercado laboral más flexible. Las empresas necesitan más flexibilidad para poder adaptar sus procesos de producción y la organización del trabajo a la complejidad del mercado. La flexibilidad en la producción es ya norma en el mundo en que vivimos.
- Mejorar el sistema educativo, las universidades, los centros de investigación y la formación profesional para formar a los millones de perfiles técnicos que necesitan las empresas y crear ecosistemas de innovación que nos ayuden a competir.
- Abordar el desafío demográfico. Tenemos un grave problema de envejecimiento, baja natalidad y despoblación que amenaza la sostenibilidad del Estado de Bienestar. Urge un gran pacto sobre pensiones, natalidad e inmigración que genere certidumbre y evite una escalada de polarización social.
- Una fiscalidad competitiva. España debe aspirar a un sistema fiscal previsible, seguro y competitivo, que atraiga la inversión internacional e incentive la creación de empleo. Un modelo al menos homologable al de las economías de nuestro entorno.
- Coordinación con la agenda europea. En los últimos años la UE ha impulsado un ingente número de complejas reformas legislativas en asuntos clave para el futuro como el cambio climático, la economía circular, la energía, las cadenas de producción o los mercados digitales. Es absolutamente necesario que las Administraciones españolas, en colaboración con los sectores afectados, realicen una transposición ordenada y homogénea, que no añada más complejidad y cargas.
Insisto: para conseguir un crecimiento más sano de la actividad, el empleo y la inversión, es fundamental establecer un marco favorable al desarrollo de las empresas y que impulse la productividad.
Al hilo de este asunto les planteo otra pregunta: ¿Queremos ser un activo o un factor de incertidumbre para Europa? La parálisis política envía una señal de desconfianza hacia un país que se dirige a un estancamiento debido a la inoperancia de sus responsables políticos a la hora de abordar las grandes reformas pendientes.
En esta Asamblea hemos escuchado hoy reflexiones de enorme valor sobre el futuro de Europa. El mundo se está reconfigurando en dos grandes polos geopolíticos, con un repliegue de la globalización y serias amenazas para la paz como vemos con la invasión rusa de Ucrania. La definición de una autonomía estratégica europea requiere un ingente esfuerzo en materias como la defensa, la ciberseguridad, la innovación o las cadenas de producción industriales.
España no debería ausentarse de este debate o adoptar un papel secundario, ya que se está trazando el futuro del continente. Por eso, sugiero que es más importante que nunca que todos -Administraciones Públicas, agentes económicos y sociales- coordinen los intereses y la posición de España en el nuevo tablero de juego mundial.
Por experiencia, sé que en España tenemos capacidad para, a través de la negociación y el acuerdo, sacar adelante las reformas que necesita el país. Así lo hicimos en momentos especialmente críticos durante la Transición y en los primeros años de nuestra democracia. E igualmente, ha sido una fórmula de enorme éxito, en el caso del diálogo social entre empresas y trabajadores.
Construir consensos es una tarea ardua, pero desde luego es más fructífera que la división. Con un programa amplio de reformas centrado en la productividad podemos recuperar la senda de la convergencia europea y formar parte activa en el nuevo escenario global.
Muchas Gracias,